Si tomamos como punto de partida los discursos religiosos tradicionales,
la idea de lo sagrado ha sufrido muchos cambios a lo largo del siglo XX y del
amaneciente siglo XXI: el germen de este viraje se halla en el humanismo de la
Europa moderna, que alcanza su apoteosis estética y literaria en el Barroco
Español. Entre sus autores destacados se cifran nada menos que Cervantes
–el padre de la novela moderna-, Góngora, Quevedo y Lope de Vega,
grandes ingenios que han sido traducidos a prácticamente todos los idiomas del
mundo y estudiados como paradigmas de la perfección idiomática y la exploración
de los límites del lenguaje.
La fuerza y universalidad de los poetas del Barroco español se rige, en
gran medida, por el ímpetu atemporal de su inmensa escritura y la
esencialidad de sus poéticas que, lejos de estar maniatadas a modas
circunstanciales, son poderosos ejercicios de estética y hermenéutica.
Resulta significativo que todos estos autores, a pesar de vivir en espacios
seculares o cortesanos, tuvieran una sólida formación teológica y moral, que
proyectaron hacia todos los ángulos de la vida civil. La mayoría viven del
mecenazgo y están supeditados a los encargos palatinos. El control del poder
monárquico sobre la cultura aurisecular podría, en cierto modo, equipararse a
las exigencias del mercantilismo artístico contemporáneo.
Ha sido, asimismo, muy relevante el legado de las poéticas del Barroco
en las manifestaciones artísticas y la filosofía de los siglos posteriores.
El horror vacui, la escritura del ego y el discurrimiento de lo
irracional han embargado a muchos artistas del siglo XX, que han homenajeado a
la literatura del siglo XVII español como referente clave e inspirador. El
producto de sus creaciones se ha apoderado del imaginario colectivo: emergen
arquetipos como Don Quijote: un personaje ingenioso, pero no agudo,
como reza el título de la obra cervantina, que es susceptible de múltiples
interpretaciones herméticas y cabalísticas.
Como dijo William Blake en El matrimonio del cielo y del infierno, “el
camino del exceso conduce a la sabiduría”. El arte de la dificultad, amante
de la densidad del significado, la sinuosidad sensorial, la acrobacia
técnica, la aventura espiritual y la fobia a la pérdida tienen sus ecos más
rotundos en el horror vacui de la sociedad actual, desorientada entre el
ruido y la información manipulada e inasimilable, perpleja ante todas las
multiplicidad de matices interpretativos de la realidad. La mística de
ayer y de hoy, ajena al tiempo (que “no existe”), mantiene la luz prístina
del equilibrio y la armonía interior y es buscada con sed por el poeta,
especialmente en épocas reinadas por la heterodoxia, las batracomaquias
políticas y las confusiones babélicas.
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