Aquella pena negra que tenía ayer
atravesada en el pecho, ahora lo sé, era melancolía. Tengo en la boca el sabor
de aquella vieja enfermedad. Sí, la conozco. Es balsámica y me paraliza las
piernas. Me recluye durante horas ante los libros y me tiende bajo las copas de
los árboles. Me hace amar el silencio y rehuir a la civilización. Me envuelve
en su regazo tibio y narcotizante. Las lágrimas calientes ruedan solas. Nadie
puede detenerlas. Todo es acuoso y las voces -incluso la tuya- resultan ahora
lejanas, a kilómetros.
Melancolía por sentir ajeno a lo antes próximo. Melancolía por
desconocer lo conocido. Por la autotraición. Por el imbecivilizamiento.
Leo a Agripa. Él me intenta esperanzar.
Cuando se enciende y brilla, el humor melancholicus genera un frenesí (furor) que nos lleva a la sabiduría y a
la revelación, especialmente cuando se combina con la influencia celeste, sobre
todo la de Saturno... Por eso dice Aristóteles en los Problemata que gracias a la melancolía algunos hombres se han
convertido en seres divinos que predicen el futuro como Sibilas...mientras que
otros se han convertido en poetas...y más adelante dice que todos los hombres
distinguidos en cualquier rama del saber en general han sido melancólicos.
Además, este humor
melancholicus tiene tal potencia que dice que atrae a nuestro cuerpo a
ciertos demonios, por cuya presencia y actividad los hombres caen en éxtasis y
revelan muchas cosas maravillosas...
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